En la España de hoy, salvo que se esté interesado en conocer las condiciones sociales y laborales de los países del Sur, es difícil hacerse idea de cómo vivían los trabajadores del campo y de las fábricas de la segunda mitad del siglo pasado y de la primera de éste. La formación educativa a la que se podía acceder, en el mejor de los casos era la de las cuatro reglas. Las jornadas laborales casi doblaban las actuales. Los derechos de los trabajadores prácticamente nulos y conquistados con mucha sangre. Las bibliotecas, las pocas bibliotecas abiertas al público, frecuentadas por cuatro señoritos.
Los contados intentos de crear bibliotecas populares, condenados al fracaso casi de antemano, no sólo por la escasa duración de estos impulsos o por su escasa financiación, sino también por el carácter paternalista que insuflaban a tales proyectos. En 1864, Domingo Fernández Arrea, en su obra Estudios sociales sobre la educación de los pueblos, refiriéndose a las bibliotecas públicas de las capitales de provincia, señalaba cómo podían encontrarse allí libros “... llenos de instrucción... escritos para el pobre pueblo, que no los lee, sin embargo; en primer lugar , por que casi no los comprende, y en segundo, porque jamás le ocurre el pensamiento de entrar con los zapatos y vestidos rotos y mojados en esas hermosas salas que asemejan a los palacios, para colocarse y sentarse al lado de los caballeros de la ciudad con sus ricos trajes y toda su instrucción. Ignorancia, temor, vana vergüenza, todo le detiene... Por eso las grandes bibliotecas..., buenas y preciosas para las personas de clase media y elevada, para los estudiantes y eruditos, no sirven de nada al pueblo”.
Sin apenas medios económicos, en contra del poder del Estado (las Cortes facultan a la autoridad, en 1896, para “suprimir todos los periódicos, centros y lugares de recreo de los anarquistas”), en un medio donde el analfabetismo es masivo (las cifras más optimistas señalan que el 45.3% de los hombres mayores de 7 años y el 64.7% de las mujeres en 1877 lo son), consiguen agrupar a decenas de miles de obreros. Para ello fue fundamental, entre otros, la edición y difusión de materiales, algo que hasta el momento actual es señal distintiva de los grupos anarquistas. Muchas veces la lectura colectiva o pública sería el medio más adecuado para dar a conocer la Idea. También la rápida creación y extensión de los Ateneos Libertarios y sus BIBLIOTEKAS.
Pero, ¿quiénes fueron estos hombres y mujeres, que comenzando a trabajar a los diez o doce años, se autoformaron y, en su mayor parte, hasta el último día de sus vidas, sin medios económicos, sin títulos académicos, siguieron editando folletos, revistas y libros, creando bibliotecas, y que, como dijo uno de ellos, eran artistas hábiles en domar su impaciencia, aniquilar sus temores y someter su ambición de poder? Ese uno al que nos referimos es uno de ellos. El azar nos puso a ese uno en nuestro camino. Ricardo Mestre, muerto casi con 91 años, pasó su vida, sin terminar sus estudios primarios, dirigiendo periódicos, editando libros y revistas, difundiendo las ideas, y en los últimos años, creando una biblioteca anarquista. Pero no lo traemos a estas páginas ni como modelo, ni como ejemplo ni como excepción. En el movimiento anarquista no es difícil encontrar otros compañeros y compañeras con trayectorias similares. Recorridos vitales donde la biblioteca ha sido un lugar central: anarquistas en bibliotecas.
Diversas entidades (bibliotecas, fundaciones, ateneos) de carácter anarquista y, en consecuencia, con un rasgo común, su independencia económica respecto de cualquier organismo estatal, llevan a cabo una interesante actividad de recolección y difusión de los documentos de carácter libertario. Como muestra, hemos traído a las siguientes páginas la Biblioteca Social Reconstruir de la Ciudad de México, fundada por Mestre, la Fundación Anselmo Lorenzo, del ámbito de la CNT, y con una destacada labor de edición, la Fundación Salvador Seguí, en la órbita de CGT, con un considerable centro de documentación, y el Centro de Documetació Històrico-Social/Ateneu Enciclopèdic Popular de Barcelona, que desde su fundación en 1903 ha desempeñado una gran labor en la vida cultural barcelonesa. Rasgos destacables, por lo excepcional en los tiempos actuales, de todos ellos, y de honda raíz anarquista, son la autofinanciación y el trabajo voluntario.
Frecuentemente el anarquismo ha sido menospreciado como un movimiento de “analfabetos”, por un lado, y por, supuestamente, carecer de un “verdadero instrumento científico de interpretación de la realidad”. Así será si así lo dicen los hereditariamente letrados y aquellos que creían disponer de instrumentos y métodos sociales infalibles. Pero lo que nadie podrá negarles es su anticipación en temas que, vaya por donde (sin cientificidad, sin ilustración), son actualmente, cien años después, ámbitos del conocimiento (ecología, sexualidad, medicina alternativa...) centrales para el mundo de hoy. Y que lo que hicieron, fusionar revolución con vida, abrir nuevas trayectorias vitales para la emancipación del ser humano, desde el apoyo mutuo, desde el trabajo voluntario y en común, utilizando la imprenta y la biblioteca como herramienta, es un ejemplo real que la sociedad actual ha querido inutilizar con la etiqueta de utópico.
FUENTE: Revista Educación y Biblioteca: Revista mensual de documentación y recursos didácticos. Año 11 nº97 Enero 1999.
Bibliotecas y Anarquistas dossier realizado por Ramón Salaberria.